Rumbo Norte. Jueves 26 de Marzo

Hace 15 días escasos había recibido una triste noticia así que tratando aún de digerirla, dejé  Boadilla con un nudo en el estómago que se fue deshaciendo según  avanzábamos  por la A-6 rumbo al área de Leon.  Parecía que el tiempo nos daba una pequeña tregua, aunque tendríamos que esperar hasta llegar a nuestro  destino.

Llegamos a esta capital, que no es la primera vez que nos acoge,  poco después de las 19,45. Cinco autocaravanas más  nos harían compañía esta noche. Tras dar un paseo por el río con nuestra amiga peluda Tula y una frugal cena, nos fuimos sobre las 22h a la cama, a leer un poco aunque el sueño me venció un poco después de las 22.30

Muros de Nalón. viernes 27
La lluvia ha hecho acto de presencia durante la noche que ha transcurrido muy tranquila. Muy despacio nos vamos desperezando y sobre las 9 nos levantamos, tomamos el desayuno y nos acercamos a comprar pan y a buscar una farmacia.
No encontrábamos la toma de agua para reponer la escasa que habíamos consumido y  fueron unos franceses quienes en un buen inglés (extrañamente) nos dijeron donde se encontraba, así que después de rellenar y descargar grises pusimos rumbo a nuestro primer destino de hoy: Muros de Nalón, y concretamente la playa de Aguilar (43º 33’ 12.55”N; 6º 06 ‘50.33O).

 Aunque el día había amanecido soleado y brillante según avanzábamos por la  A-6  hacia el Norte las nubes fueron cubriendo el cielo y la niebla hizo acto de presencia durante algunos pocos kilómetros y cerca de  Barrios de Luna el paisaje se hizo casi invernal, con manchones de nieve a ambos lados de la carretera y las cimas cubiertas por  pedazos de manto blanco.

Una vez en la Playa de Aguilar,  dejamos la autocaravana en un gran aparcamiento y nos encaminamos para hacer la senda de los miradores que parte desde este punto y llega hasta San Esteban de Pravia. Cubre unos 5 km de ida y otros tanto de vuelta y como nos parecía mucho, inicialmente pensamos  en llegar al mirador del Espiritu Santo y dar la vuelta allí.

Pero ya la senda, muy bien preparada, comienza con una fuerte ascensión que yo hago algo penosamente. Continuamos después entre eucaliptos  ya sin ascender hasta llegar a un lugar habitado,  donde granjas dispersas y alguna que otra casa salpican el verde paisaje. Continuamos llaneando un poco más  hasta un pequeño merendero con una fuente y unas estupendas vistas al mar.

Pero…el camino descendía vertiginosamente, descenso que tendríamos que “invertir” luego,  así que decidimos desistir, dando la vuelta y prefiriendo dedicar nuestras fuerzas para pasear por la playa, algo que habitualmente no podemos hacer.

A las 14:00  estábamos de regreso poniendo rumbo al mirador del Santo Espíritu para comer y descansar allí.  (43º 33’ 46.72”N; 6º 04’ 53.78”O). Las vistas que se contemplan desde este mirador son espectaculares alcanzando hasta el Cabo Vidio, donde estuvimos el año pasado, aunque quedaban un poco deslucidas al faltar la luminosidad y las vida que el sol da cuando luce.

Después de descansar nos dirigimos a San Esteban de Pravia, antiguo puerto desde donde se embarcaba el carbón y del que ahora tan solo quedan pequeños vestigios de lo que un día fue. Un pequeño y bonito rincón, con bonitas casitas de colores entre las que destaca la casa de Altamira, indiana, cuya fachada colorista se orienta, como todas, hacia la ría.

Dejamos atrás San Esteban  para cruzar la ría hasta San Juan de Arena para dar un paseo por la playa de los Quebrantos y buscar ya un sitio donde poder pasar la noche. Tenía anotadas las coordenadas de tres posibles lugares: las de esta playa, (43º 33’ 36.64”N; 6º 04’ 34.31”O) las del puerto y otras correspondientes a un gran aparcamiento más cerca de El playón de Bayas,  aunque este último parecía solitario.

Así que decidimos quedarnos en el de San Esteban, un gran aparcamiento junto a la playa de los Quebrantos y a un merendero con mesas y bancos sobre hierba e iluminado. La inmensa playa estaba cubierta de montones  de maderas, árboles, ramas y otros restos variados, algunos difíciles de definir que la cubrían por completo traídos por el temporal días atrás y que incluso había sido objeto denoticia en los informativos a nivel nacional.

  Diversas grúas  se afanaban en amontonarla para luego retirarla en camiones.  Toda esta actividad suponía un espectáculo para los lugareños que acudían ahora a contemplar los trabajos. Preguntamos a unos chicos por este lugar para pernoctar  y si no se celebraba “botellón”, y nos confirmaron su tranquilidad añadiendo más información como que el aparcamiento del puerto era más ruidoso y con respecto al otro cerca del Playón, nos dijeron que  posiblemente no se podría pasear por la playa por estar  llena de  los mismos restos, solo que aquí no había maquinaria que la estuviera retirando.

Subimos al mirador y Angel me convenció para bajar  a través de unas empinadas escaleras a la otra parte de esta playa por la que estuvimos paseando sorprendiéndonos por lo que este temporal  había devuelto, aunque  más parecía  que había sido “vomitado” . Aunque el mar estaba embravecido las olas se deslizaban suavemente por la negra arena de la playa hasta morir suavemente. Regresamos y dimos un corto paseo por la otra donde las máquinas  ya habían  finalizado su trabajo del día. Sobre las 19,00 decidimos recogernos. Aunque era muy pronto, estábamos cansados ya.

Ahora, pasadas las 20 horas, estamos casi solos, excepto un coche con cuatro surferos adolescentes que montan algo de jaleo pero que se preparan ya para irse, o eso suponemos. Parece que las nubes se van retirando y la noche se cierne lentamente. La intensa luz del faro atrae mi atención de vez en cuando y fijo mi vista por unos segundos en él.

De playa a playa hasta el faro por Avilés.Sábado 28

Ayer nos desmayamos a poco más de las 22,30 y hoy, a poco más de las 20,15 hemos acabado nuestro día que al final, se ha convertido en un peregrinaje de playa a  playa buscando un lugar donde poder pasar la noche. No hemos tenido mucha suerte.

Después de una tranquila noche, el día amanece gris. Aunque estamos despiertos desde un poco más de las 7,30 no nos levantamos hasta casi una hora después.

Desayunamos mientras que observamos a los vecinos paseando con sus perros, haciendo ejercicio o llevándose la leña de la playa. Cargamos un poco de agua en botellas pequeñas de la fuente que había y ponemos rumbo al playón de Bayas (43º 35’01.95N; 6º01’4.72”W)

Después de un buen descenso nos encontramos en un aparcamiento cuadrado encajonado  entre dos laderas suaves entre las que discurre un arroyo que desemboca aquí y que ha inundado gran parte de este espacio. No parecía muy acogedor para haber pasado la noche, como estuvimos tentados de hacer ayer.

Dejamos la autocaravana y accedemos a la parte derecha de esta inmensa playa que el agua de este arroyo parte en dos. Así a nuestra izquierda, de difícil acceso por el arroyo, dejamos una inmensa playa que se une con la de los Quebrantos y a la derecha se abre el resto cerrando la vista la Isla de Deva.

Damos un agradable y tranquilo paseo hasta el final contemplando el enfurecido  mar al fondo que rompe violentamente, pero las olas  se deslizan con suavidad a lo largo de esta playa.

Como no podíamos buscar ni conchas ni piedras, nos dedicamos a entresacar de entre los distintos restos de árboles, ramas, raíces (y otros  restos cuyo origen era humano) aquellas que nos pudieran servir para que Angel las trabajara convirtiéndolos  en pies para cabos de velas. Y la verdad es que la playa parece una auténtica mina: infinitud de formas, tamaños, modelos, colores y especies la pueblan, aunque en menor cantidad  que en  la playa de los quebrantos pero no así en variedad.

Llegamos al final regresando  sobre nuestros pasos para dirigirnos ahora a las coordenadas que tenía y desde las que supuestamente podíamos contemplar la isla de Deva y el playón de Bayas desde lo alto (43º35’’1.95”N; 6º01’41.723”W). 

Una estrecha carretera pero con buena visibilidad nos conduce a este pequeño cabo desde donde vemos una cuidada senda que circula a nuestra izquierda y hacia el oeste por el acantilado hasta dejarnos contemplando en un primer plano la Isla de Deva y  un poco más allá el Playon de Bayas. La senda rodea una propiedad para depositarnos de nuevo en el pequeño aparcamiento desde donde decidimos ir hacia el Este para asomarnos al otro lado de este minúsculo cabo. Paseo muy agradable por una senda muy bien acondicionada y que deja a ambos lados lo que un día debió de ser un observatorio de aves y un centro de interpretación y que ahora solo eran restos abandonados.

Nos asomamos así a una parte de la ría de Avilés y a un conjunto de playitas que la precedían. Lástima que el tiempo no permita mayor claridad porque en días luminosos las vistas deben ser espectaculares.

Regresamos y cargamos agua en una pequeña fuente que había en el mismo aparcamiento poniendo rumbo a Avilés, haciendo una breve parada  antes en la playa de Munielles. Espléndidos prados pintados de un verde intenso y salpicados de florecillas que tímidamente rompían la monotonía del color se iban dibujando a nuestro paso. Pinos, eucaliptus, acantilados, playas de arenas doradas y negras se alternaban configurando unas deliciosas vistas. Hermosa tierra Asturiana

Y es en esta playa donde se empezaron a torcer las cosas y pudimos encontrarnos con un problema serio.

El último tramo de descenso de unos 50 m es una rampa de pronunciada pendiente. Cuando la veo, me paro, pero no tengo más opción que descender ya que no puedo dar la vuelta antes, así que nos encontramos abajo en un bonito y tranquilo aparcamiento, recogido entre dos suaves lomas y que se abre a la playa. Perfecto para comer y más aún, para pasar una noche, pero ….endiablada subida que nos puede dar algún problema serio y que nos quitó  las ganas de quedarnos. Solo deseábamos  regresar…si es que  podíamos.

Así que  preocupados, nos asomamos a una pequeña playa de arena en su franja más cercana al agua y donde había algún que otro surfero y regresamos para enfrentarnos a esta subida de quitar el hipo y no muy “cardiosaludable”.

Arranco, salgo despacio y me enfrento a ella: primero acelero y… ¡arriba!,….pero las ruedas delanteras parecen patinar o girar a veces en el aire, supongo que cuando apoyan en las rugosidades o irregularidades de la rampa. Pero yo insisto (forma parte de mi carácter). Lo peor que puedo hacer ahora es parar. Si lo hago, posiblemente patinaré aún más.  Y lo  consigo. Continuamos camino a Avilés.

Dejamos la playa de Santa María del Mar, poco atractiva,  para terminar en la de Salinas, en unos aparcamientos nada acogedores junto a unos bloques de  edificios (43º34’48.34”N; 5º57’07.32”W) ,  por lo que partimos hacia otras coordenadas que señalan otra parte de la playa más adelante, junto a un restaurante o bar (43º35’16.73”N5º56’17.85”W) y damos con un gran aparcamiento  junto a la carretera y separado de la playa por una enorme duna.

Aunque aún es pronto, las 14,00 horas, decidimos comer y descansar  para después acceder  a la playa de El Espartal por una pasarela que en su final se había comido la arena de la duna en su avance.

Impresionante playa de arenas blancas y cerrada por las dunas, aunque al fondo los bloques de altos edificios de Salinas restan belleza al conjunto. El sol nos calienta ahora y con su luz todo parece cobrar vida e intensidad. Las olas al romper violentamente sobre ellas mismas, crean una neblina o bruma que contrasta vivamente con la viveza que ha tomado el entorno a ser iluminado por el sol. Damos un corto paseo por la playa disfrutando de este espectáculo.

Ahora nos dirigimos a Avilés, pero el día se sigue torciendo y  una vez allí una carrera ciclista ha cortado el acceso que nos marcaba el navegador  hacia un aparcamiento más o menos céntrico que había localizado a través de “San google earth”. Me dirijo entonces a las segundas coordenadas que tengo (43º33’54.06”N; 5º55’20.20”W), pero lo encontramos lleno, así que después de dar la vuelta estábamos donde empezamos, desorientados y cansados. Pensando en dejar la ciudad decidimos antes preguntar a un guardia urbano si podíamos aparcar en una calle de un polígono industrial dándonos permiso para ello. Es otra zona que tenía anotada, junto a la ría.
Tras dejar aparcada la autocaravana nos dirigimos a la que parecía la calle principal del polígono donde grupos de ciclistas competían. Cerca del Niemeyer y después de cruzar las vías del tren, nos introdujimos en el casco viejo de la ciudad. Dimos con el recinto del mercado donde los lugareños disfrutan en las terrazas dispuestas de un rato de descanso bajo un delicioso sol.  

En un principio me pareció que la ciudad no tenía ningún atractivo especial y trate de identificar en un plano los edificios o monumentos principales. Pero un poco decepcionada, decidí entonces “perderme” por sus calles y caminar sin un rumbo fijo y es cuando encontramos una ciudad diferente que consigue sorprendernos. Poco a poco nos vamos introduciendo por sus calles flanqueadas por vetustos edificios pintados de colores. Luego paseamos por debajo de viejos soportales que se extendían a lo largo de sus calles y que albergaban todo tipo de negocios como sidrerías, restaurantes, cafeterías, bares…para todos los gustos y encima de ellos viejos balcones, ventanas o ventanucos se abrían curiosos a las empedradas calles peatonales.


Llegamos a lo que parecía ser la parte nueva así que  decidimos regresar. La prueba ciclista  aun se estaba celebrando  por lo que tuvimos problemas para poder tomar el rumbo hacia la playa de Xago, ya que tuvimos que atravesar la ciudad descendiendo a lo largo de la ría hasta poder cruzarla por su parte inferior.

Y comenzó nuestro peregrinaje: la playa de Xago nos muestra una vertiginosa bajada que en su parte más cercana a la playa nos recuerda a la de Munielles. El Faro tiene una entrada más que fea, espacio limitado, además de ser  un lugar  poco atractivo;  y en la playa de Verdicio “rematamos”: una señal prohibía el acceso a los vehículos de más de 6 metros. Justo nuestras medidas, así que  precavidos, decidimos no arriesgar y continuamos buscando otra entada que encontramos  un poco más adelante, pero pronto nos encontramos atrapados en estrechas callejuelas con tapias a ambos lados por donde  cabía  un único vehículo, por lo que no podíamos girar hasta que llegamos al final, y justo aquí nos encontramos metidos en una ratonera. Ni cabíamos ni podíamos dar la vuelta así que no quedó más remedio que salir marcha atrás, maniobra delicada que culminamos con éxito.

Una vez fuera de este atolladero y cansados de peregrinar, pusimos rumbo al cabo de Peñas, al faro a unos 6 km. El sol se había puesto ya y sufrí porque me perdí lo que pensé que habría sido una bonita puesta de sol sobre el cantábrico, y además, apenas había nubes, …pero las cosas habían surgido así.

Sin mayores problemas llegamos a los pies del faro de Cabo Peñas, donde estamos ahora (43º30’22.52”N; 5º50’47.98”W). Al fondo parece haber un pequeño restaurante pero el aparcamiento parece menos cómodo que donde estamos.

Disfrutamos de la paz y de un espectáculo inusual: la luz girando y extendiendo  su haz hacia el infinito como brazos que se estiran y encogen.

Seguimos por playas. Domingo 29
Durante la noche ha soplado un fuerte viento que zarandeaba la autocaravana, pero exceptuando esto que se queda en una mera anécdota, la noche ha sido tranquila y el día se deja ver con alguna nube alta en el horizonte. Nuestra vista se extiende hacia el Este por el mar y hasta los Picos de Europa cubiertos de nieve en sus cumbres.

Nos acercamos al bar que tiene su comedor prácticamente colgando sobre el acantilado. Las vistas son difícilmente mejorables. Nos acercamos al faro y nos quedamos mirando los herrumbrosos altavoces que en una columna se alinean, suponemos que para dar a avisos los días de niebla espesa.

En el faro hay un centro de interpretación pero no nos apetece visitarlo por lo que ponemos rumbo hacia Luanco aparcando sin dificultad en el puerto (43º36’50.47”N;5º47’38.03”O) junto a su bonita playa de arenas doradas y aguas tranquilas que se abre al mar sin dejar de ver las las nevadas cumbres de los Picos de Europa.

Por su acogedor y pequeño paseo marítimo nos acercamos a la Iglesia de Santa Maria. Bonitos soportales con una estupendas vistas a la bahía.Una hermosa torre de piedra con un gran reloj flanquea la entrada a su interior donde se celebra la misa del domingo de Ramos.

Y es entonces cuando recibo una angustiosa llamada de mi hermana que transforma toda la paz y serenidad del momento. Tras realizar yo un par de llamadas más,  conseguimos tranquilizarnos todos un poco y continuamos, aunque yo me desmorono, me come la pena y no disfruto. No paseo, …pululo.

Entramos en una tiendecita y compramos algunas cosillas regresando a la iglesia para visitar su interior, barroco, recargado, pero bonito.

De aquí rumbo directo a Candas, al area de autocaravanas (43º35’5”N; 5º46’19”W). Ya tenemos urgencia de vaciar el wáter. Y el area se encuentra en un lugar muy agradable, al lado de la estación del tren y junto a una zona recreativa. Cargamos y descargamos agua y decidimos comer y descansar allí.

Después nos acercamos a la ciudad, pero no encontramos nada especial que destacar. Cuando preguntamos por el camino para ir andando hacia el faro nos dicen que hay una buena tirada así que intentamos llegar con la autocaravana, pero  empezamos a encontramos con callejuelas y aunque podemos circular por ellas, no dejan de ser estrechas y no sabemos si lo serán más, así que decidimos poner  fin al día en la playa de Xivares (43º34’10.40”N; 5º43’19.83”W) por pronto que fuera, aproximadamente las 17,30.

Aquí nos encontramos un gran aparcamiento encajado entre dos suaves elevaciones, prácticamente plano, aunque no del todo. Nos alejamos un poco de la primera línea de costa buscando tranquilidad alejándonos de las idas y venidas de los coches. Y desde donde estamos ahora, vemos también el mar, las olas rompiendo con fuerza y perdiéndose en la playa…

Damos un paseo breve porque es pequeña, y me entra de nuevo… la tristeza. Luego cogemos una estrecha senda que asciende por el acantilado y que parece llevar a otra playita. Hay bancos colocados estratégicamente desde donde se contemplan hermosas vistas. Nos sentamos en uno arrullados por el ruido de las olas batiendo y el cantar de los pajarillos. Todo un lujo para los ojos y oídos….y de paso, para mi maltrecho espíritu.

Regresamos y ahora a las 20,30h  todavía hay luz ya que se ha cambiado la hora y aún quedan coches y gente en la playa. La pena pesa y no me ha abandonado. Tardará en hacerlo.

Gijón, La Ñora y el encanto de Tazones. Lunes 30

Durante toda la noche hemos oído el rugido del mar. Si el día de ayer fue triste y gris, en todos los sentidos, éste ha sido un poco distinto..

La noche ha sido muy tranquila. A última hora de ayer vi llegar una pick-up, pero hoy ,cuando hemos bajado a la playa, ya no estaba.

Hemos despertado a las 8,30 con un cielo azul y después de desayunar hemos bajado a la playa a dar un breve paseo. El cielo se ha ido cubriendo de nubes que han escondido al sol.

Rumbo a Gijón. Tenía las coordenadas de un posible aparcamiento no muy lejos de Cimadevilla, el casco viejo a visitar, pero cuando hemos llegado allí no existía, si bien hemos encontrado uno con mucho espacio junto a los Juzgados pero en zona azul y tamaño de las plazas justo para nosotros que medimos seis metros. Luego, cuando dejábamos la ciudad hemos visto otro  a unos 500 m más alejados de éste, una explanada con autocaravanas y que no era zona azul.
Tras 10 minutos caminando por el paseo marítimo junto a la playa de  Poniente llegamos al centro histórico de la ciudad encontrándonos con un ingenioso y divertido árbol hecho de botellas de sidra vacías.

Tras adentrarnos un poco en este barrio de Cimadevilla hemos topado con la Iglesia de San Pedro en la que hemos entrado dejando las murallas romanas a nuestra izquierda y la playa de San Lorenzo a la derecha, donde algún surfero que otro cabalgaba las olas. Después y nos hemos dejado perder por las callejuelas encontrando rincones encantadores. Y el número de bares, sidrerías y restaurantes por metro cuadrado ha captado nuestra atención.

Dejamos atrás esta parte de la ciudad para regresar esta vez por calles más comerciales y “habitadas” donde hemos comprado pan y  pilas  (la alarma de la puerta de entrada al habitáculo no funciona).

En menos de dos horas hemos echado un vistazo breve a esta ciudad y ahora ponemos rumbo a la Playa de la Ñora (43º32’47”N;5º35’21”W).

Las coordenadas corresponden al primer aparcamiento de esta playa que está a cierta distancia con descenso incluido, pero a través del San Google earth había visto unas curvas feas y recordando la experiencia de Munielles, tomamos la decisión de quedarnos y no arriesgarnos. Pudimos comprobar que se puede llegar  a un segundo aparcamiento más cercano e incluso a la misma playa aunque aquí el número de plazas estaba limitado a no más de dos o tres turismos.

La playa de la Ñora es pequeña y recogida, de arena dorada y como casi todas las asturianas, encajadas entre dos lomas por las que  discurre  y desemboca un riachuelo, el Ñora.

Bajamos, cruzamos la playa y ascendemos por una interminable escalera que sube por la ladera de la montaña en pronunciado desnivel. Nuestra idea era hacer algún trozo de esta ruta, de 5 km (10 km ida y vuelta), así que subimos hasta llegar a un camino muy bien cuidado que discurre bordeando el acantilado, entre eucaliptos y pinos, dejando el mar a nuestra derecha hasta un poco más allá de la playa del Estaño donde la senda se introduce tierra adentro abandonando la costa y de nuevo, ascendiendo pronunciadamente, así que, una vez llegados a este punto y siendo ya  las 14,00 horas decidimos regresar para comer. Una vez de nuevo en la playa, nos tendimos sobre la arena escuchando el ruido de las olas al romper violentamente contra las rocas.

Cuando contemplo el mar me fascina y a la vez me sobrecoge la fuerza que tiene una simple ola, como se estrella impetuosa contra el roquedal rompiéndose y transformándose estruendosamente en blanca espuma y miles de gotas de agua. O como se rozan y se retuercen violentamente para luego deslizarse suavemente sobre  el agua hasta morir sobre la playa, suave, mansa, abandonada ya  su anterior furia.

Dejamos la playa y una vez en el aparcamiento comemos y descansamos. De nuevo, conversaciones con la familia que versan sobre lo mismo.

Ahora ponemos rumbo a Tazones, primero a su faro por si es un sitio adecuado para pasar la noche; pero la carretera que nos dirige allí es muy estrecha, así que desistimos y continuamos  hasta el aparcamiento (43º32’40.01”N; 5º 24’09.44”W)  muy grande  y algo inclinado aunque en su parte superior está horizontal, así que decidimos colocarnos para pasar aquí la noche, no sin antes bajar a este pequeño pueblecito que consigue atraparnos con su magia.

Entre un restaurante y otro, sus pequeñas y coloridas casitas nos descubren encantadores rincones, y el ingenio –y la paciencia- de algún que otro vecino consiguen atrapar al visitante que no se queda indiferente.

Y primero nos dirigimos al puerto. Las nasas de alinean en el suelo a la espera de ser usadas y Angel se pregunta “qué bicho será tan tonto de entrar y luego no saber salir” afirmando que mejor no comerlos no se vaya a pegar algo, lo que produce mi hilaridad y despierta mi curiosidad, algo aletargada por las circunstancias.

Así que al primer lugareño con quien me topo le pregunto, y mostrándome un cesto que lleva me enseña bogavantes, centollos y andaricas (nécoras) y añade que de vez en cuando algún pulpo que otro.

Satisfecha mi curiosidad dejamos el puerto y nos perdemos por sus estrechitas callejucas de encaladas fachadas donde los balcones y ventanas de madera contrastan al estar pintadas de vivos colores azules, verdes, rojos… Las plantas también adornan. Es un lugar  encantador donde se ve el mimo que sus gentes han puesto en cada rincón.  Entrañable, sencillo, cotidiano…lo más hermoso porque todos sus detalles hablan de sus gentes.

Y nos detenemos en una casa muy peculiar cuya fachada está cuajada hasta el milímetro de conchas y caracoles de diversos tipos y tamaños. Me resulta ingeniosa y divertida sobre todo un azulejo en su fachada cuya filosofía  parece discrepar  abiertamente con el tiempo que su dueño ha empleado en la rutinaria labor de pegar todas las conchas y caracoles que encontraba a su paso.

Subimos, bajamos y sin rumbo caminamos por sus calles. Terminamos en una tiendecita comprando una sidra y unas quesadas y regresamos a la autocaravana para darnos una ducha y esperar la noche que tardaba en llegar.

Del hombre y la naturaleza: El conventín, Lastres y las icnitas. Martes 31

 Playa del Arenal de Moris (43º28’27.81”N;5º10’13.62”W) 20,10 horas. Un sitio idílico, de los mejores. Estamos en una pequeña plataforma elevada que se introduce como una cuña entre dos playas. Así, a nuestra izquierda se abren las vistas a una hermosa y solitaria playa de arena dorada de unos 300 m de longitud precedido de una pequeña zona recreativa. De frente, el mar, y a la derecha otra playa más o menos de la misma longitud. El rugir del mar es incesante y la noche va cayendo. Excepto la persona que atiende un pequeño bar en la playa a escasos metros de nosotros,  estamos completamente solos.

Pero nos ha costado. Hace unos cuantos kilómetros hemos empezado a ver carteles que prohibían la pernocta a caravanas y autocaravanas y como dice Angel, les da igual comprar dos carteles que 20 y ponerlos a diestro y siniestro, y de hecho en el aparcamiento superior, donde incluso molestaríamos menos que aquí ya que solo hay sitio para media docena de turismos, hay uno.

Hemos empezado con un soleado día en tazones y antes de ir al “conventín” hicimos un intento para acercarnos a hacer  “la ruta del Azabache”. Así pasamos Oles y llegamos hasta una pequeña ermita donde hemos dado la vuelta (43º32’43.99”N;5º25’07.42”W). Al preguntar por la escombrera de la mina que era lo que nos resultaba más interesante de esta ruta, nos señalan una estrecha carretera añadiendo que el lugar carece de interés y que no era muy agradable, así que hemos decidido poner rumbo directo al Conventín o San Salvador de Valdedios, una iglesia prerrománica del 800 ó 900.

 Y transitando entre carreteras que discurren entre verdes paisajes hemos llegado a este Monasterio un poco antes de las 11 hora en la que daba comienzo una visita. Pero nuestro guía se retrasa y viene poco después de las 11,15 pidiendo mil disculpas y  el pequeño grupo que formamos siete adultos y dos niños se encamina  a esta hermosa y pequeña iglesia dorada rodeada del verdor asturiano e iluminada ahora por un brillante sol.

Poco a poco nuestro  entusiasta  guía nos va desgranando los misterios  que encierra, los conocidos , que “los otros” –dicho siempre con tono y cara de sorpresa- “están todavía por descubrir”. Se desconoce su fecha de construcción aunque sí se tiene certeza de su consagración, en el año 892 por siete obispos.  Es una auténtica joya del arte prerrománico asturiano.

El interior consta de tres naves, la central la más ancha, cubiertas con bóvedas de cañón, y rematadas en sus cabeceras por capillas absidiales rectangulares y estaba pintada con frescos

Desde el exterior y por su cabecera, podemos ver la  "Cámara del Tesoro" ubicada entre la capilla mayor y el tejado.


La imagen lateral de su costado Sur nos muestra unas proporciones  casi perfectas con estructuras diferentes en cada nivel.



Desde allí avanzamos unos tres siglos en pocos metros para entrar en la  cercana iglesia del Monasterio  cisterciense.  En el siglo XVI    una inundación afectara  a las dependencias monacales por lo que se reconstruye  todo el espacio residencial monacal, incluyendo el claustro, por el que paseamos. En poco espacio y tiempo hemos ido saltando siglos y estilos, y pasado del siglo X  al XVI y del prerrománico, al renacentista.   Pero  la historia de este lugar llega hasta nuestra cercana guerra civil, pasando antes por el saqueo de los franceses y  la desamortización.



Dejamos atrás este hermoso conjunto tras dedicarle varios minutos disfrutando de su contemplación,  para poner  ahora rumbo a la Iglesia de San Juan  de Amandi, románico tardío del siglo XIII. El navegador nos saca de la carretera general y nos introduce por una pequeña topándonos con un estrecho puente de piedra. Decidimos no pasar, no solo por el ancho justo del puente, sino por su marcado desnivel de subida y bajada, así que dejamos aparcada la autocaravana y tras preguntar, nos dirigimos andando a esta pequeña iglesia que aparece tras una pronunciada cuesta, comprobando que se podía llegar hasta ella por la misma carretera.

Arriba una señora nos espera tomando  el sol con las llaves en la mano. Se acerca y amablemente nos abre y nos introducimos en otra belleza, única, elegante, sobria.

En completa soledad vamos contemplando el único ábside decorado con arcos ciegos, fustes y capiteles  historiados en los que se derrama una hermosa colección escultórica que voy recorriendo con la vista, absorbiendo.
 Los espacios habilitados entre las columnas no son planos, sino curiosamente  cóncavos.  Nuestra guía permanece en silencio, pero yo la pregunto y la animo a contarnos cosas. Así nos descubre brevemente los motivos de algunos capiteles y como  esta iglesia fue desmontada en el siglo XIX por su párroco, con dinero propio de su herencia para restaurarla, desmontando piedra a piedra bajo su estrecha supervisión para luego volverla a montar. Y el resultado es espléndido.  



Ya en el exterior, contemplamos las vistas que se tienen desde  ella bajo su  estructura porticada, ésta del siglo XVII y que ha contribuido a la buena conservación de esta parte de la iglesia donde se encuentran sus puertas.


Nos despedimos de nuestra improvisada guía para dirigirnos ahora a Lastres. Allí aparcamos en un pequeño prado a la izquierda de la carretera, y menos mal, porque no hay otro lugar ya que la carretera  se descuelga hasta casi el nivel del mar.

Y  en soledad comenzamos a descender por las pronunciadas pendientes de  empedradas calles y callejuelas llenas de tipismo, con balconadas de madera que se abren al vacio, al mar, a la luz, limpias y ordenadas, por las que paseamos oliendo a hierba y  a ropa recién tendida.

Algunos carteles señalan el “bar de Tom”, la “casa del Dr. Mateo” o la “panadería” ya que aquí se rodó la popular serie emitida por Tele 5 “Doctor Mateo”.

El pueblo es espectacular, hermoso, sencillo, elegante, tranquilo…pero tiene unas cuestas de infarto. Podríamos definirlo como “cardiosaludable” pero supongo que vivir en él no resulta muy cómodo.

Regresamos después de quedarnos casi sin piernas y paramos en el cercano restaurante “El Rápido”, junto a la carretera y frente casi al aparcamiento. Angel dijo que era el más cómodo para comer y echarse una buena siesta después.

Haciendo honor a su nombre, en poco tiempo nos sirvieron una fabada, pastel de cabracho, unos calamares en su tinta con arroz, y xarda (verdel) además de un delicioso salpicón de pescado del que decido llevarme para picar por la noche y para la familia. Terminamos  con una exquisita tarta de queso y arroz con leche. 22 euros más el salpicón. Asequible y delicioso, y el sitio agradable, ya que hemos degustado nuestro menú en una pequeña terraza acristalada, resguardados del fresco de la primavera de estas tierras.

Siesta y rumbo a la playa de la griega a ver las huellas de los dinosaurios.

Allí pensaba dormir, pero nos encontramos frente a la puerta de un camping (43º30’05.15”N; 5º15’46.33”W) que además, está abierto. Así que aunque no hay prohibición expresa, no es cuestión de que alguien sienta que se “le tocamos las narices”.

Una estrecha y fácil senda que cruza la desembocadura de un arroyo de unos 600 m nos deja junto a las huellas que representan el paso de dinosaurios cuadrúpedos de tamaño gigantesco (saurópodos) que se desplazaban sobre lo que fue una antigua laguna costera fangosa hace unos 150 millones de años.
Desde arriba podemos contemplar  su  rastro, destacando una huella que alcanza 1,30 de diámetro lo que permite que se la pueda considerar entre las de mayor tamaño descubierta hasta el momento en todo el mundo. Tienen el borde abultado debido a la extrusión de barro producida en el momento de la pisada y que fosilizó junto a la huella.

Ahora ponemos rumbo a la Isla a probar suerte parando antes en la gasolinera Repsol que tiene un area para autocaravanas. Está en la misma carretera y son 3 € de ficha. Pese a que repostamos y compramos una bombona de gas, nos dijeron que para echar agua había que abonar este importe, así que, como teníamos y mañana iniciábamos el regreso, consideramos que no la necesitábamos.

Y en la playa de la Isla, prohíben circular a caravanas, autocaravanas y autobuses así que a la  playa de Espasa. Junto a la carretera y a la playa encontramos un aparcamiento que nos parece perfecto pero cuando accedemos a él encontramos otra prohibición de pernocta.

Le pregunto al joven que atiende el bar si conoce de otro lugar porque nos tememos lo peor y nos dice que aunque hay señal, no suele haber problemas y también nos habla del sitiodonde nos encontramos ahora, el arenal de Moris, ya que el verano pasado estuvo atendiendo su bar.  Nos comenta que está junto a un camping cerrado en estas fechas

Encontramos un aparcamiento con barrera bajada, y otro aterrazado que tiene una bonita señal de prohibición, así que bajamos hasta la misma plataforma del chiringuito. Somos más molestos y visibles aquí, pero no hay prohibición, así que aquí estamos

Seguimos estando solos, exceptuando la persona que atiende el bar,  que también está sola sentada en una mesa en el exterior. La oscuridad se sigue cerrando, pero aun podemos contemplar unas vistas que dudo que muchos hoteles puedan disfrutar de ellas: desde un saliente de terreno que se introduce entre dos playas abierto al mar cantábrico, con una zona de recreo a nuestra izqueda. Un lujo del que disfrutamos hasta que la noche se cierra por completo.

Nuestra vecina recibe alguna visita con quien comparte la serenidad y belleza del lugar. Nosotros nos abandonamos al sueño..

A la mañana siguiente bajamos a pasear, nuestro último paseo por la playa, paseo solo compartido con una amante de los perros que lleva tres. Ahora, rumbo a Avila, con la familia, para terminar unas horas después en nuestra casa.

Mª Angeles del Valle Blázquez
Boadilla del Monte, junio de 2015